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miércoles, 23 de marzo de 2011

El que siembra sangre. Arne Dahl y la estela de Kafka.

A estas alturas, creo que a nadie le pasará por alto el hecho de que Kafka es uno de mis escritores predilectos, un genio sin precedentes capaz de divulgar contenidos y cambiar criterios con la misma sinuosidad con la que una mariposa aletea distraída, ajena a la vorágine que la rodea.
Igualmente, él inicia su efecto, "el efecto K", con un leve movimiento de muñeca; unos garabatos salidos de alguna estilográfica modesta con la única pretensión de reparar su enfermiza vulnerabilidad. Materializar en una hoja de papel todos los miedos que lo acompañaron hasta el final de sus dias, aquellos que lo mantuvieron vivo y a la vez lo indujeron a una muerte terriblemente precipitada.
Jamás se propuso ser un afamado autor:  ser mundialmente reconocido o estar bien pagado no formaban parte de sus planes y sin embargo sus obras supusieron un auténtico hito literario.
Su estilo ha conquistado a millones de personas, entre ellas, el escritor sueco Arne Dahl, que le rinde un pequeño tributo en su segunda obra publicada en español ("El que siembra sangre").
La novela comienza con su personaje principal Paul Hjelm leyendo "Amerika" y a lo largo de toda la trama, se hacen continuos guiños a esta pequeña obra maestra, el principal de ellos, el apodo que se le da al asesino que Hjelm y el resto del grupo A trata de atrapar, K.
En general la trama es compleja (que no complicada) repleta de giros inesperados, lo cual supone un aliciente adicional a una temática un poco vista de traumas infantiles y asesinos en serie desposeidos de humanidad. De todas formas el lenguaje de Dahl y la naturalidad para enlazar diferentes acontecimientos dinamiza la lectura, así como el desarrollo del perfil psicosocial de gran parte de los actores que van apareciendo en escena. Poco a poco, cada miembro de aquella brigada policial de nombre tan sumamente inespecífico y largo, van adquiriendo diferentes matices. El lector descubre vivencias pasadas, de esas capaces de marcar a una persona de por vida, de hecho, el final está muy ligado a la historia vital de uno de los policías, en aparencia secundarios. Pero que nadie se confunda, Arne Dahl, (o Jan Arnald, su verdadero nombre) evita caer en el sentimentalismo y lo que muestra a sus seguidores es la realidad descarnada de hombres y mujeres con una vida a sus espaldas llena de fisuras y episodios negros que los marcaron de por vida y que los convirtieron en carne de novela.

jueves, 17 de marzo de 2011

Amerika; El nuevo continente de Franz Kafka.

Resulta curioso que un continente jamás visitado por Kafka diera título a una de sus novelas más emblemáticas, pero "Amerika", es tan sólo es el pretexto para hablar de Karl Rossmann y su sinuoso devenir en una tierra extraña y hostil.
Las descripciones paisajísticas se hallan subordinadas al personaje, a lo que éste piensa en cada momento. Es entonces cuando el autor puede definir cualquier ciudad desde un punto de vista emotivo, aún sin haber estado nunca en ella. Da igual la mano que la estatua de la libertad alce al aire o lo que sostenga (tema que fue muy controvertido en el momento en que salió a la luz la primera edición del libro), lo importante es la sensación de grandiosidad que embargó a Karl la primera vez que la vio. El tumulto de una gran urbe que emana abandono y frustración, las lúgubres pensiones abarrotadas de humildes trabajadores anónimos, el ritmo incesante de un ciudad en pleno proceso de expansión, los desequilibrios sociales... todo es facilmente extrapolable a casi cualquier lugar del mundo.
Rossmann es un adolescente de quince años que "huye" de su país tras haber dejado embarazada a la criada. Eso es, al menos, lo que la mujer comunicó a él y a sus padres; no obstante, Karl nunca sintió que en aquella primera y patética experiencia engendrara un hijo, pero aceptó sin cuestionarse nada más y acató las consecuencias. A lo largo de todo el relato, sucede prácticamente igual. El muchacho es fruto de las más inverosímiles injusticias, que él va asumiendo  por prudencia y falta de experiencia, lo que hace que su autoestima y sus sueños se vayan esfumando lenta, pero progresivamente.
Sin embargo, el final  dista bastante de los clásicos finales elaborados y trágicos de Kafka; pues el joven consigue, no con poco esfuerzo, un puesto de trabajo en el Gran Teatro Integral de Oklahoma; lugar en el que no importa la procedencia, los antecedentes o la formación y en el cual Karl logra reconciliarse con el Nuevo Mundo y con todo lo que ha sido su mundo en general.
No penséis que con todo esto ya no hay nada más que descubrir, porque precisamente estas son algunas de las pautas para poder realizar una lectura más consecuente y analítica. El libro consta de ocho capítulos, el primero de los cuales, titulado "El Fogonero", fue editado en principio como relato independiente, e incorporado en posteriores revisiones, muy lógicamente, ya que sienta las bases de toda la historia que acontece a un adolescente anónimo en un continente ominoso y esplendoroso a partes iguales.