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martes, 26 de abril de 2011

El castillo. Franz Kafka.

Muchísimos escritores recurren a menudo a personajes solitarios recién llegados a tierras hostiles donde son rechazados e injustamente juzgados. Otros gustan de envolverlos en procesos antidemocráticos y exponerlos al escarnio de una muchedumbre inconsciente, retratada de manera despiadada e inquisidora. Ambas situaciones son, a mi modo de ver, un simple pretexto empleado para canalizar sobre la novela toda una serie de sucesos luctuosos en los que el escritor se ha visto envuelto a lo largo de su vida. Porque exponer tu alma al público juicio debe resultar francamente arduo, pero crear un alter- ego ficticio y someterlo a un compendio de incomprensibles hechos en los que él no resulta ser nada más que una torpe víctima que no alcanza a atisbar la raíz del odio que genera, supondrá una acción liberadora, pues todo el resentimiento queda canalizado en algo que además, genera entretenimiento y sabiduría a la persona que acaba leyendo el relato en cuestión.
Los personajes de F. Kafka son, a todas luces, pobre diablos errantes, envueltos en encarnizadas batallas sin cuartel de las que suelen salir más airados que airosos; como él, que toda su vida luchó contra titánicos dragones disfrazados de burgueses burocratizados dispuestos a arrasar con  cualquier libre pensador que osara cuestionar su manera de proceder. Todas sus obras desprenden un halo de impotencia y desamparo, pero "El castillo" es la que más angustia y pesadumbre genera.
Para empezar, el relato está plagado de complejos diálogos escritos al estilo anglosajón, es decir, cada intervención es entrecomillada y separada por punto y seguido de la siguiente, con lo cual no hay prácticamente párrafos, solo una masa ingente de palabras distribuidas en capítulos no demasiado largos, entre quince y veinte páginas, pero que resultan sumamente pesados de leer.
Otra cuestión es la capacidad del personaje para transmitir toda suerte de sentimientos al lector. El hastío y la pérdida de voluntad para seguir que K va  desarrollando a lo largo del relato, se contagia con facilidad a quien sigue su incesante devenir. El odio hacia los ayudantes o la repulsión hacia la mesonera acaban viviéndose como propios.
Es un relato extenuante que merece la pena leer, no por vano entretenimiento, sino para ver de qué manera puede alguien recrear tan brillantemente la abstracta certeza de ser perseguido, calumniado y enjuiciado sin razón. Kafka logra universalizar pensamientos y actuaciones sumamente concretas, para elevarlas a un plano superior en el que el ser humano, desposeído de todas sus características idiosincrásicas, avanza meditabundo, impulsado y frenado por sus propias derrotas.

lunes, 25 de abril de 2011

17 de abril de 2.011.

Durante esta Semana Santa, a pesar de haber estado desconectada de todo el universo tecnológico, no he olvidado mi humilde bitácora,  y he escrito algunas reflexiones en mi bloc de notas personal, aquí os las dejo.
Me parecía mentira. Cuando tras coger la maleta eché un último vistazo a mi habitación y vi mi ordenador y mi teléfono móvil arrinconados junto al escritorio, mi cuerpo adoptó automaticamente otra postura. Iba más erguida, como si me hubiera conseguido zafar de una pesadísima losa que hubiera estado oprimiéndome años y años. Durante el camino me dediqué a escuchar la radio y contemplar el paisaje. La oscuridad hacía ya rato que se había cernido sobre la carretera y la niebla pululaba acechante engullendo cada vez mayo rcantidad de masa rocosa, reflejando el brillante resplandor de la luna llena. Entonces pensé en aquellos hombres primitivos; para ellos esa imagen seguro que tenía un significado sobrenatural: la naturaleza en todo su apogeo haciendo de enlace entre el ser humano y la divinidad, fue un descubrimiento emocionante.
Al llegar al destino convenido y apearme del coche, sentí el rumor de las olas lamiendo la orilla, el viento rizando sus crestas y tuve la certeza de haber conseguido dejar de lado, al menos por unos días, todos los elementos artificiales y artificiosos que el hombre ha ido creando en un vano intento de convertirse en caduca deidad.

Poco me importa el parte meteorológico para esta Semana Santa, puesto que mi propósito no es en absoluto tostarme cual cochinillo rotatorio. Lo que de verdad pretendo es descansar, leer, escribrir y pasear, lo demás me resulta accesorio, a pesar de ser inevitablemente imprescindible.
Es un placer sentarse a la mesa provista de papel y tinta para abordar las reseñas que acabarán publicándose en mi biblioteca particular. Pensar, escribir, dudar, tachar, para al final acabar con unas cuantas hojas formato A-5 llenas de borrones, anotaciones y esquinas levemente arrugadas.
Comparemos estas cuartillas con un texto cualquiera recreado por ordenador y que puede ser pulcramente leído en una pantalla de plasma. El último escrito será sin duda harto más estético: párrafos simétricos, letra uniforme, interlineado regular; mas indudablemente carecerá de personalidad. Es pues una creación igual a la que cualquiera, con independencia del contenido, pueda hacer.
Sin embargo aquel compendio de frases escritas con primorosa delicadeza o desmedida ira, son fruto de un complejo proceso de reflexión que para siempre quedará impreso en la irregularidad del papel. Cada fallo y desajuste, lejos de ser pulcramente eliminado ha sido tachado, enfatizando aún más su singular belleza. La composición posee un punto de atracción del que es difícil sustraerse. ¿Qué habrá querido decir cuando subrayó tal o cual frase? ¿Por qué tachó la palabra "exagerado" para a continuación escribir un "moderado" de letra picuda e irregular? Cada defecto, si es que así puede llamarse, incita la morbosa curiosidad de un lector harto de virginales manuscritos de letra caligráfica. Porque el texto en su conjunto narra dos historias: la explícita, que el autor se ha esforzado en recrear y la implícita que él mismo ha dado igualmente a luz sin ser consciente de ello. Esta última dice mucho más de él de lo que jamás alcanzará a comprender, pero eso será algo que guardará celosamente, para luego copiar cada idea, transformándola a formato electrónico y liberándose de la embarazosa situación de saberse estudiado y catalogado por los demás más allá de su estricta voluntad.

viernes, 8 de abril de 2011

Mi selección del mes de abril. Calentando motores para la feria del libro.

A finales de cada mes suelo hacerme con los libros que leeré durante el mes siguiente. Normalmente adquiero tres o cuatro ejemplares (a menudo la gente me pregunta cómo es posible que pueda leer un libro por semana prácticamente, la respuesta es fácil, soy joven, necesito pocas horas de sueño y estar ociosa me pone de mal humor, con lo cual dedico cada minuto que tengo desocupado a cultivar esta afición, que a veces adquiere visos de vicio,por lo adictiva que me resulta y el placer que me reporta) entre los cuales no puede faltar alguna que otra novela negra. Pero este mes he decidido desintoxicarme de tanta intriga policíaca y he optado por obras de diversa naturaleza.
"Tea-bag" de Henning Mankell fue el primer volumen que rescaté de entre las estanterías de un gran almacén -entiéndase El Corte Inglés-. Está editado por Tusquets, como todos los de este autor y promete ser un canto a la brutal y desgarradora belleza que de África -continente de acogida de Mankell- se desprende. Sus libros son un seguro de buena lectura, descripciones extremadamente minuciosas mezcladas con retazos de historia real; no obstante, en algunas ocasiones cuando se aleja del género policial sus tramas pueden resultar algo lentas.

"La insoportable levedad del ser" de Milan Kundera era un relato que comencé y abandoné hace algunos años ya, pues me vi obligada a devolverlo de manera abrupta, igual que un montón de discos compactos repletos de bossa nova y jazz fusión -cada cual que entienda- . Pero hace algunos días, repasando la séptima temporada de "Las chicas Gilmore" caí en la cuenta de que en el capítulo donde se narra el acto de fin de carrera de Rory en Yale, el discurso que en este tipo de eventos suele pronunciar algún pez gordo del sector, recaía sobre Kundera, - por cierto, no sale muy bien parado, pues lo tachan de aburrido y repetitivo- por lo que automáticamente me acordé de aquella historia que dejé inacabada y que se merecía un final mejor del que había corrido.
A propósito adquirí solo dos ejemplares, pues sabía de antemano que esta semana se celebraría en el instituto donde estoy de prácticas la feria del libro y me hacía ilusión pasarme por la biblioteca para ver cómo había quedado todo y qué tal se manejaban los alumnos ejerciendo de libreros. La verdad es que está genial, la librería Luque -mítica en Córdoba- colabora con el centro y presta sus libros para que puedan ser expuestos y vendidos, de manera que los chicos se familiaricen con estas cuestiones y se impliquen en el proyecto, además todo lo que se compre tiene un 25% de descuento, así que aproveché para llevarme algo más especial.
Y ese algo fue nada mas y nada menos que los "Cuentos completos" de Edgar Allan Poe, traducidos por Cortázar, con prólogo de Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa y editado por Fernando Iwasaki y Jorge Volpi para Páginas de Espuma. Sesenta y nueve relatos comentados por escritores contemporáneos que sin duda, no tienen desperdicio.
También me llevé "1Q84" de Haruki Murakami, a pesar de que estuve a punto de quedarme con "El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas" del mismo autor, pero al final cambié de idea, pues me comentaron que es un libro relativamente arduo para iniciarse en el mundo de Murakami; con lo cual, mi compañera de prácticas y yo terminamos decantándonos por el primer título.
Así que al final salimos de allí cargadas de historias nuevas de las que aprender y unos marcapáginas  super originales hechos por los alumnos del bachillerato de artes.
Para mayo iré comentando, a ver qué tal me ha parecido todo, aunque en honor a la verdad, llevo la lectura un poco retrasada, pues ayer terminé de leerme "El Castillo" de Franz Kafka, -la única de sus obras publicadas que me quedaba por abordar- y he terminado exhausta física y psicológicamente, en el siguiente post prometo contar detalladamente porqué.




miércoles, 6 de abril de 2011

Daniel Glattauer y su universo virtual.

He de confesarlo, soy de las personas menos románticas que conozco. Me repatean las muestras excesivas de afecto que las parejas suelen profesarse en público, no sé porqué, quizá sea porque mi subconsciente lo almacena como algo demasiado banal. Un hecho realizado a causa de un impulso eléctrico apenas racionalizado que viaja desde el cerebro,- cualquiera que sea la región donde esta clase de procesos se den- hasta los labios o las manos del sujeto que acomete el acto. Pocas veces suele pararse uno a pensar en la reacción que ese frugal -o no- contacto despierta en el otro, solo nos limitamos a categorizar la necesidad del acto en función del placer que nos genere. Es decir, acariciamos, besamos, tocamos, porque nos hace sentir bien, con independencia de lo que la otra persona necesite.
Igual sucede con las palabras. Existen millones de frases ya hechas que se emplean a diario. Conjuntos de letras escogidos al azar por alguien que en un momento determinado pensó que eran adecuadas para con su interlocutor, pero que de tanto repetirse, de tanto pasar de una garganta a otra, perdieron su sentido hace ya mucho tiempo. Por ello, ahora resuenan impersonales y monótonas, citadas con una entonación que pretende ser sugerente o escritas en correos electrónicos plagados de fruslerías a fin de evitar las verdaderas palabras, el contenido explícito del mensaje. Sinceramente, he leído y oído tantas veces las mismas cosas que a dia de hoy prefiero medir mis fuerzas en el más absoluto silencio.
No obstante, en algunas ocasiones el género romántico, -aunque realmente no sé si las novelas de Glattauer encajan bien dentro de él- sorprende con algunos autores que recrean diálogos inteligentes, capaces de conmover profundamente al lector.
"Contra el viento del norte" y "Cada siete olas" son el máximo exponente de una pareja que tiene mucho que decirse. Ya desde el primer momento en que Emmi Rother y Leo Leike intercambian un par de mails de manera accidental, el autor es capaz de crear una atmósfera especial, una tensión amorosa que va complicándose a cada clic. Sus exposiciones son ácidas, irónicas, tiernas, sensuales e impredecibles por encima de todo, jamás se sabe lo que acontecerá en la página siguiente. El vínculo recreado entre dos extraños que en su vida se han visto las caras es extremadamente potente. Una suerte de tira y afloja torturoso en el que dan ganas de verse envuelto, una historia de amor elocuente y compleja; pero sobre todo un novelista diferente cargado de buenos recursos y mejores ideas.